Los días de lluvia son bastante amargos para Paula. Pobre, quería irse a dormir la siesta porque, tras una mañana agitada, la tarde lluviosa lo exigía. Sin embargo, prefirió quedarse haciendo cosas para distraer un poco la mente. Dormir era tener que soñar y el inconsciente le iba a hacer una mala jugada.
Con cara de póker salió a la calle. Se sentía fatal, había pasado frío por la noche, ya que no se abrigó al dormir y ahora sufría de dolor de garganta y, además, estaba con temperatura. Caminó un par de cuadras, pero la lluvia hizo que a los pocos minutos regresara a la casa.
Salió al balcón, encendió un cigarrillo.
No había nada interesante, el color grisáceo del cielo empañaba las calles y la ciudad era un mapa repleto de marcas y señales incomprensibles.
Ya la derrota era inevitable.
Con cara de póker salió a la calle. Se sentía fatal, había pasado frío por la noche, ya que no se abrigó al dormir y ahora sufría de dolor de garganta y, además, estaba con temperatura. Caminó un par de cuadras, pero la lluvia hizo que a los pocos minutos regresara a la casa.
Salió al balcón, encendió un cigarrillo.
No había nada interesante, el color grisáceo del cielo empañaba las calles y la ciudad era un mapa repleto de marcas y señales incomprensibles.
Ya la derrota era inevitable.
Paula debía aceptarlo, el cansancio la vencía... tenía que ir a dormir la siesta y enfrentarse a los fantasmas de los sueños.
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